LA NACION LINE | 30 . 12 . 2001 | Enfoques. DIARIO 'LA NACIÓN', Buenos Aires, Argentina.

Puerto Libre
"Argentino", hasta la muerte

Por Orlando Barone

Análisis de la semana presidencial de Adolfo Rodríguez Saá en Argentina, en diciembre de 2001.


Hay dudas por el adjetivo que debe acompañar al nuevo presidente. Se duda entre varias opciones: provisorio, accidental, ocasional, interino, pasajero. O: prolongado, perdurable, dilatado, continuado, vitalicio o perpetuo. De todas las alternativas temporales y lingüísticas la que responde más a la lógica de las circunstancias sería "accidental": presidente consagrado por accidente. Aunque en el devenir de la política argentina tal consideración dejaría de concernirle a él exclusivamente, ya que "accidentales" pasaron a ser hoy todos los protagonistas políticos de esta hora nacional.
En apenas minutos, los dos personajes que ocupaban y desbordaban el teatro mediático, que eran seguidos como si se tratara de los grandes elegidos para resolver la cosmogonía del universo argentino (lo más inescrutable de la humanidad) pasaron a seres pretéritos. Y hasta incluso seres de residencia territorial insegura e inestable. Los componentes del ex coro estable ya resultan remotos, irreconocibles.

Los productores de la radio y la televisión se ven en figurillas para recomponer la agenda con los recién venidos y para tratar de anudar con sus secretarios y operadores las futuras entrevistas que hasta ayer tenían aceitadas con los ejemplares marchitos. Es impresionante lo que el poder parece otorgar y no otorga casi nunca: la recordación respetable; la aprobación de los contemporáneos, salvo los que pertenecen a la tribu y salen naturalmente aventajados, al menos económicamente. Compensación contemporánea que reemplaza a la gloria, esto según dicen y según mienten. La historia no es mejor que la condición humana.

Para los del radicalismo cesante habría que agregar algún comentario o vocablo del tipo "accidentales traumáticos", o "agonizantes" o "mortales". Pero hay que ser cautos en estas apreciaciones contundentes ya que existe la probabilidad del reciclaje o de la resurrección, porque tanto los protagonistas como los votantes suelen reiterarse y siempre encuentran un motivo desesperante para volver a esperanzarse mutuamente. Porque nosotros también nos reiteramos: pasamos de la desilusión a la ilusión, después a la espera, a la ansiedad, a la desesperación, al desengaño y al odio. En un poema hindú se lee: "Los sabios no lloran a los muertos ni a los vivos".

Un gobierno como el que asume sin que en la primera parte, y por mera educación cívica, nadie pueda pedirle ni exigirle nada, y que ya por el sólo hecho de asumir muestra coraje, temeridad o inconsciencia, se puede dar algunos gustos. Incluso demagógicos. Cualquier pueblo necesita caricias después de haber sido maltratado y no importa si las caricias son por amor o por interés físico. El resultado instantáneo surte efecto igualmente. Cualquier amante sabe el valor de una mentira recibida con placer en el momento adecuado. Si no hay auténtico amor al menos que haya franela.

La medida del sueldo de tres mil pesos, que se otorgó con meridiana claridad a sí mismo el hombre que presume "palparla "sin tocar la epidermis popular después de gobernar 18 años su provincia, es la respuesta al candor ético en boga. Cualquier traje de noche del protagonista –y de la mayor parte de los participantes– cuesta esa suma, que en el caso de él –y sin hurgar en su balance privado– hasta podría donarla o trabajar gratis. Pero la gente quiere gestos y allí le salió uno: bajar sus honorarios en blanco. Es deseable que no haya que reprocharle después cuantiosos honorarios en negro.

El de vender el avión presidencial es el otro gesto: por hacerse el otario, o el viajero trascendental, lo descartó el anterior presidente. Si hubiera vendido el avión a lo mejor no tendría que haber vendido sus promesas. Fue el primer indicio de que iba a incumplirlo todo: la señal del martirologio en que iba a sumirnos sin siquiera darse cuenta. Es terrible cómo se puede cometer un estropicio sin dejar de ser un hombre lo que se dice socialmente correcto.

Y en este paisaje, hasta hace unos días desolado, vuelve la más grande fuerza política, compuesta por infinitas fuerzas internas beligerantes y antagónicas, y sin embargo soldadas y hermanadas a nuevo cada vez que el poder las convoca. Cuando cantan a coro la "marcha" sagrada que combate al capital inofensivamente, ya que sólo se dice por la rima, todas las otras fuerzas políticas saben que pierden. Hay ceremonias y rituales que se instalan con la prepotencia de la autoestima que no duda del valor que se arroga. El peronismo es más argentino que los argentinos. No reconocer esto es gorila. Cualquier otro partido o ideología comparten similitudes o alianzas con versiones internacionales. El peronismo es nuestro. Tiene la identidad de nuestra mutancia y de nuestro capricho, de nuestra debilidad emocional y nuestra pasionalidad por los seres atractivos, sean buenos o malos. Pero atractivos vitalmente. Unicamente esa fuerza es capaz de sonreírle con dentaduras gardelianas –y sin temor a ser rechazada por ostentar júbilo entre tanta zozobra– a una sociedad dañada y con muertos gratuitos todavía calientes.

Los dientes peronistas del poder son dientes distintos: grandes, recientes, felices, vocacionalmente hambrientos aunque hayan estado masticando manjares todo el tiempo.

La entronización del "argentino", billete metáfora, plata sustituta cuya irrealidad pasará a ser más real que aquella convertibilidad falsa que arrastró a los usuarios y creyentes a esta desolación entre la nada y el vacío, es un hallazgo creativo.Ya llamarlo "argentino" es un acto de inspiración. Si es un peso irreal e inventado por la imaginación, que se llame como nosotros. Que no tenga valor cambiable por dólares ni por nada. Que juegue en cancha propia únicamente: que siempre sea local y que el árbitro haga lo suyo para que gane aunque sea con trampas. Basta creer, aunque sea en lo increíble; se ha estado creyendo en lo creíble para acabar sintiéndonos estúpidos.

No se quién dijo que nada hay más posible que lo imposible ni más previsible que lo imprevisto. Que la medianoche del último día del año no nos escamotee el instante de estar con uno mismo. San Pablo dice en su epístolas: "Comamos y bebamos que mañana vendrá la muerte". De tan exagerado parecía argentino.

E-mail: barone@house.com.ar

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